Primer sábado de agosto

Estamos en una playa de arenas oscuras, yo camino a tu lado pero viendo hacia todas partes. Tú miras al frente, tajante, buscando algo importante, con esa manera peculiar de mover las piernas y que tus hombros logren armonía en los compases; tu cabello también se mueve con el viento, pero no te tapa la cara, como sí ocurre con el mío. 

¿Sabes dónde estamos Sofi? Ya te hablé de este lugar. Mira el suelo, es mediterráneo. Te dije que vendríamos juntos y lo he cumplido.

En este lugar me enamoré de una jovencita, estuve con ella por estos mismos atardeceres. Observé sus lunares y quise besarlos todos. Observe sus ojos y no quise sino mirarlos mucho tiempo. Ella fue todo, Sofi. Ahora estoy aquí, caminando contigo por esta orilla. Una mezcla de rocas y arena muy gruesa. Aquí no huele a guayabas podridas. Estamos lejos de tu casa.

Luego de tu discurso, me sentí un poco más perdida aún cuando ya me habías asomado donde es que estábamos. El aire huele a plomo. Me detengo frente al agua y me quito la franela. Ven, te digo. Me das tu mano que está casi hirviendo, las mías van heladas. Caminas con un poco de prisa hacia el mar, te tomo con fuerza y te digo que antes me beses. No quiero entrar en este mar tan frío sin un beso tuyo, dije. 

Te acercaste a mi, con tus ojos color botella. Llevas barba, puedo verla de cerca, como antes. Te ha crecido el pelo, como antes. Sonríes viéndome, como antes. Me besas, suave, tocas mi espalda, subes hasta que encuentras el nudo de mi traje de baño, lo desatas, me quedo sin nada arriba, te alejas unos centímetros, me miras. Como antes. 

Tus manos vienen al frente, tocas mis pechos. ¿Están más grandes? Me preguntas. La verdad no los voy midiendo, te respondo. ¿Ya no te gustan? Añado. Me besas de nuevo. Tus manos vuelven a mi espalda mientras tu pecho y el mío están muy cerca. Te he echado de menos, susurro. Tus manos buscan las mías y tú me miras. 

Entramos al agua, yo desnuda y tu también un poco. Te abrazo. Está muy frío esto, te digo. No me sueltes, dices. Con mis brazos sobre tus hombros acerco mi nariz a tu cuello y me encuentro de nuevo ante ese olor a pino con pepino, sal y quizás algo de perfume. No recuerdo si en París usabas perfume, pero recuerdo tu olor así de cerca. Tu nariz está en mi cuello y tus manos en mi cintura. Te abrazo con mis piernas, me sonríes. Nos hundimos. 

En la superficie me dices: estamos aquí. ¿Reconoces el lugar? Veo a mi alrededor, no hay más nadie sino tu y yo.




Te miro por última vez. 
Me despierto. 

He soñado contigo, de nuevo. 


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