Una forma de hablar

Silvia se acostumbró a pensar en subjetivo.

Los lugares comunes la persiguen. También  las sillas rojas donde siempre espera, el tren, la lluvia, el desorden, la música, el pasado, los problemas, las botas, el abrigo, las ganas de quedarse en cama y las otras tantas de salir corriendo para no regresar jamás.

Hay formas de hablar silenciosas, dice Silvia. "No entiendo por qué tengo que responderle de vuelta a la gente que me habla (...) ni tampoco por qué tengo que sonreír cuando sucede algo que no me interesa". Hay formas de hablar que atormentan. "Me atormenta el ruido", dice molesta. Y luego llora.

Hay formas de hablar más artísticas, piensa. Una carta, o un libreto. Canciones, folletos, cuadros, retratos, fotografías, amuletos. Palabras vienen y van. Enciclopedias, libros del bolsillo. Otras más domésticas, dice. Boletos de avión, partituras, agendas, alarmas, facturas, servilletas, etiquetas. 

Hay formas de hablar que le dicen a uno lo que tiene que hacer. Que espabilan, que arrugan, que destruyen, que sinceran, grita. Hay formas de hablar que prenguntan. Por ejemplo: ¿Haces lo que te hace feliz o haces lo que te llena? ¿Es lo mismo? ¿Por qué si? ¿Por qué no?

Hay formas de hablar que se sienten. Que se lloran, que se burlan, que se rien, que celebran, que callan, que se equivocan y que aconsejan. Hay formas de hablar que existen. Y otras que no. Pero no existir, también es hacerlo, comenta.

Silvia cree que ésta es su forma de hablar. ¿Cuál es la tuya?





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