Diálogos Perdidos III

- Él me regañaba cuando yo decía "pelo" refiriéndome al cabello. Era tipo: "Sofía eso se escucha feo, si tu dices pelo, uno entiende que te refieres al pelo".
- Obvio, porque el no tiene pelo. (Me decía mi amiga, seguido de una carcajada, y luego un "ya, no pienses en eso"). 

Yo siempre pienso en eso. Así comenzaba otra conversación de esas que uno tiene antes de irse a dormir. Siempre utilizo ese momento para pensar en cosas que tengo incrustadas en la memoria. Retratos congelados en mi hipotálamo y olores impregnados en mi pituitaria. 
Me acostumbré a dejar ir los recuerdos pero si te soy sincera, ellos nunca se van muy lejos. Me pongo a prueba todos los días. Me levanto, pienso en algo nuevo que hacer. Escojo un camino distinto para evitar eso de "caer en la monotonía de la rutina, y ser una adulta promedio que trabaja, y llega en la noche a su casa, haciendo antes la respectiva parada en el supermercado por las provisiones de pan, leche, jabón de limpieza y papel de baño. 

Al final siempre me quedo con una reflexión un poco loca, pero así me siento: Caminar sin compañía es un deporte extremo para la nostalgia. Cada paso en singular equivale a un maratón de diez kilómetros. La soledad viene corriendo a millón. Y una que se deja alcanzar. 

Sin embargo, y orgullosa de todas mis decisiones, cada mañana encuentro nuevos motivos. Yo, Sofía, sigo haciendo el histérico intento de lo imposible. Yo quiero cambiar el mundo. O al menos, al poner mi cabeza sobre la almohada cada noche, quiero sentir que conquisté una nueva manera de sentir. Encontré una nueva manera de pensar. Y aposté por otra forma de vivir.

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