Reflexión de medianoche

Nunca me ha gustado que me contesten de mala gana. Me disculpo por comenzar esta historia con esta premisa, pero es que en ocasiones anteriores, no me había sentido con tanto resentimiento por un episodio de esos donde me veo sola y tengo que cerrar la conversación diciendo "tienes razón", antes de acabar con las muñecas del color que se obtiene de la mezcla entre el rojo y el azul.

Y eso que no me considero una tipa "tan" problemática.

Pero no creo en el maltrato verbal. Me parecen mas sanos los correazos. Si hay un arma al que le tengo miedo, es a la palabra. 

Creo en los equilibrios que te dicen quién eres.
Creo en eso que se te viene a la cabeza cuando te preguntan: ¿Me cuentas un secreto?
Creo en eso que piensas cuando crees que nadie te está viendo.
Creo en lo que siento cuando me haces reír o cuando sueltas tu mejor comentario para darte cuenta que jamás sabrás lo que estoy pensando y eres quién está más cerca de saberlo en el mundo.

Creo en la energía de un ¡Hola!, en la mentira de un ¡Te amo!, en la verdad de un ¡Te odio!, y en sus grises o como tu dirías: "sus bemoles".
Creo en tu voz cuando me calma. Y creo aún más en ella cuando me reclama, porque en esa no hay catarsis y yo hasta me enamoré de tu peor cara.

Pero me siguen gustando más algunos gritos de los que aun no pienso hablar, que los que se desatan porque yo te hice una pregunta más de tres veces,



y acabé con tu paciencia.

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