Una vez soñé con ir a Manhattan.
Lo soñé repetidas veces. A los 17 años creo que tuve mi primer 'ensueño' con la ciudad. Conversaciones acerca de estudiar diseño, quizás en Parsons, o sencillamente una de esas metas ajenas que uno se toma como plan de vida personal, solo para verle la sonrisa a quién tienes al lado.
Nunca soñé con ir a Manhattan sola. Siempre pensé en un testigo de viaje. O más bien en ser yo la testigo. Caminar por sus calles, pararme por un café, entender como se mueven otros mundos. Un mundo parecido al que yo creía posible. En ese entonces ya tenía unos 19 años, y creía que muchas cosas eran posibles.
Recuerdo con algo de nostalgia pensar una pasarela en la que yo caminaba y no modelando, sino al lado, como la sombra, de alguien que no cabía en su orgullo, y por ende también el mío. Así funcionaba. Yo era feliz escuchando sobre el futuro. Siempre me ha gustado imaginármelo y sobretodo adivinarlo.
Compré muchos libros que hablaban de moda, diseño y esas tonterías que me gustaba conversar. Al final todos gritaban "Manhattan". Todos con dedicatoria. Todos con mi firma en indeleble. Pero sobretodo con mi corazón contento, porque sabía que estaba pensando en plural.
Para ese entonces ya tenía 21 y me planteé por fin no solo visitar sino vivir en Manhattan. Sabiendo que no tenía mucho apoyo, algo dentro de mi me decía "hazlo". En esa época también le hacía mucho caso a mi voz interior.
Nunca fui a Manhattan. Y ahora tengo 24.
Ya no tengo el sueño compartido. No tengo la mirada brillante ni la tertulia sobre la pasarela. Los libros están en alguna bolsa negra. A la que por cierto le hablo cuando mi voz interna comienza a hacerse preguntas y extrañar.
Pero siempre tendré Manhattan. Un lugar en el que en sueños estuve. Y que sin duda me gusta recordar.
Ahora tengo otros destinos en mente. Con muchos otros sueños que vivo en singular.
Lo soñé repetidas veces. A los 17 años creo que tuve mi primer 'ensueño' con la ciudad. Conversaciones acerca de estudiar diseño, quizás en Parsons, o sencillamente una de esas metas ajenas que uno se toma como plan de vida personal, solo para verle la sonrisa a quién tienes al lado.
Nunca soñé con ir a Manhattan sola. Siempre pensé en un testigo de viaje. O más bien en ser yo la testigo. Caminar por sus calles, pararme por un café, entender como se mueven otros mundos. Un mundo parecido al que yo creía posible. En ese entonces ya tenía unos 19 años, y creía que muchas cosas eran posibles.
Recuerdo con algo de nostalgia pensar una pasarela en la que yo caminaba y no modelando, sino al lado, como la sombra, de alguien que no cabía en su orgullo, y por ende también el mío. Así funcionaba. Yo era feliz escuchando sobre el futuro. Siempre me ha gustado imaginármelo y sobretodo adivinarlo.
Compré muchos libros que hablaban de moda, diseño y esas tonterías que me gustaba conversar. Al final todos gritaban "Manhattan". Todos con dedicatoria. Todos con mi firma en indeleble. Pero sobretodo con mi corazón contento, porque sabía que estaba pensando en plural.
Para ese entonces ya tenía 21 y me planteé por fin no solo visitar sino vivir en Manhattan. Sabiendo que no tenía mucho apoyo, algo dentro de mi me decía "hazlo". En esa época también le hacía mucho caso a mi voz interior.
Nunca fui a Manhattan. Y ahora tengo 24.
Ya no tengo el sueño compartido. No tengo la mirada brillante ni la tertulia sobre la pasarela. Los libros están en alguna bolsa negra. A la que por cierto le hablo cuando mi voz interna comienza a hacerse preguntas y extrañar.
Pero siempre tendré Manhattan. Un lugar en el que en sueños estuve. Y que sin duda me gusta recordar.
Ahora tengo otros destinos en mente. Con muchos otros sueños que vivo en singular.
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