Una pequeña historia inmortal:
Ana tenía muchos encantos que desbarataba con sus detalles. En palabras de mi pueblo: lo que armaba con las manos, lo destruía con los pies. Y por ahí empezaban todos sus problemas. Especialmente los del amor.
Un día, por suerte o desgracia, conoció a Leo. Un tipo divertido. Ana después de 5 minutos de conversación entendió que era el hombre que iba a debilitarle la existencia hasta la saciedad. Y eso le entusiasmaba.
Leo tenía un brillo en los ojos especial. Una chispa. Una risita fastidiosa. Una miradita que lanzó esa noche, bastó para desordenarle la paz a Ana.
- ¿Me das un autógrafo?
- (sin evitar reír) ¿No prefieres un abrazo? O ¿Mi nombre?
- Yo se quién eres tu.
- Yo no, pero me muero por saberlo.
Desde ese minuto, Leo, se acomodó en la pituitaria de Ana. Volviéndola completamente loca de amor por él.
Por ahí estuve leyendo sobre Platón, buscándole comisuras a la historia entre Ana y Leo, en la que la malinterpretación de los amores platónicos, la no correspondencia e imposibilidad, en la que esos amores persisten como ideales inalcanzables, quedó totalmente desvanecida.
Este amor era real, solo que era un amor miedoso. Le faltaba coraje para dar la cara. Le sobraban las ganas, le bastaban algunas palabras. Cuando él la veía, ella sabía que él quería estar justo ahí frente a ella. Cuando ella lo miraba, el no podía evitar sonreír. Se querían y acostumbraron sus vidas a no separarse aunque nunca terminaran de juntarse.
Este amor si era platónico. Ambos se encontraban, se contemplaban, y algo siempre desde muy en el fondo, los motivaba a seguir amándose. Con el volumen en mute.
Ana tenía muchos encantos que desbarataba con sus detalles. En palabras de mi pueblo: lo que armaba con las manos, lo destruía con los pies. Y por ahí empezaban todos sus problemas. Especialmente los del amor.
Un día, por suerte o desgracia, conoció a Leo. Un tipo divertido. Ana después de 5 minutos de conversación entendió que era el hombre que iba a debilitarle la existencia hasta la saciedad. Y eso le entusiasmaba.
Leo tenía un brillo en los ojos especial. Una chispa. Una risita fastidiosa. Una miradita que lanzó esa noche, bastó para desordenarle la paz a Ana.
- ¿Me das un autógrafo?
- (sin evitar reír) ¿No prefieres un abrazo? O ¿Mi nombre?
- Yo se quién eres tu.
- Yo no, pero me muero por saberlo.
Desde ese minuto, Leo, se acomodó en la pituitaria de Ana. Volviéndola completamente loca de amor por él.
Por ahí estuve leyendo sobre Platón, buscándole comisuras a la historia entre Ana y Leo, en la que la malinterpretación de los amores platónicos, la no correspondencia e imposibilidad, en la que esos amores persisten como ideales inalcanzables, quedó totalmente desvanecida.
Este amor era real, solo que era un amor miedoso. Le faltaba coraje para dar la cara. Le sobraban las ganas, le bastaban algunas palabras. Cuando él la veía, ella sabía que él quería estar justo ahí frente a ella. Cuando ella lo miraba, el no podía evitar sonreír. Se querían y acostumbraron sus vidas a no separarse aunque nunca terminaran de juntarse.
Este amor si era platónico. Ambos se encontraban, se contemplaban, y algo siempre desde muy en el fondo, los motivaba a seguir amándose. Con el volumen en mute.
Copiar. Pegar en Word. Imprimir. Llevar en viaje. Leer durante el largo viaje en el avión. Pensar que deberías publicar. Así se reduce mi experiencia con tu blog.
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