Dispara. ¿Prometes no hacerme daño?

Eran las 3:53 de la mañana cuando terminó la conversación. Ya todas eran un debate a ver quien se cansaba primero. Dispara. Dispara. Hasta que ocurre lo que pasa luego de cualquier tiroteo: mueres. 

Laura estaba segura de que su amor no había muerto, pero tambien su cerebro le mandaba señales, explicándole que cada vez que Andrés disparaba una parte de su amor se debilitaba. 

A veces los corazones se hacen de hierro. Y no porque no pueda entrar nadie, sino al contrario, se cierran y ya no puedes salir. Así pasaba con Andrés. A pesar de disparar una y otra vez, algunas veces en su turno y otras no tanto, por momentos con la razón y otras solo por no sentirse en blanco, Andrés no podía salirse del corazón de Laura. Ella se aferraba. Mas alla de gustarle, mas alla de lo duro que le daban las balas, ella solamente estaba enamorada. 

Laura disparaba. No era ninguna santa. Nunca en contra de Andrés, sino de sus demonios. Disparaba en contra de lo que se convertía cuando sentía que perdía el control de la situación. Era un tipo de mal carácter. Alguien tan dulce como amargo. 

Un día se besaban hasta que se les dormían los labios. Laura siempre quería besarlo. Para ella todo era nuevo. Andrés parecía haber pasado por eso tantas veces que ya su memoria no le daba. Ella estaba en desventaja. 

Un día Andrés volvió a sacar el arma. Sus palabras. Tan hirientes como balas. Dispara un verbo, ahora ponle varios sustantivos. Los gritos eran dinamita. Los silencios eran pólvora, pura. 

Esa noche, a las 3:52 de la mañana, Laura se acercó. Lo miro a los ojos, le dijo te amo, sin decir una palabra y mientras Andrés apretó su fuerte gatillo, Laura por primera vez sintió que era el momento de descansar. 

Amarlo era tan fuerte como el macizo guayanés. Sufrir por el era un episodio que quiso dejar en el recuerdo.

Dispara. Lo mas fuerte que puedas. Mata mis demonios. Porque mi amor ya es invencible. Salte. Yo ya no puedo sacarte.



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