(Sin título)

Hoy me toca contar una historia que no es la mía… pero es como si lo fuera.

El era Ricardo. El que la hacía llorar, gritar, reír como nunca… y quién definitivamente, e irresponsablemente la enseñó a amar de verdad.

No fue una novedad, no es una necedad, muchísimo menos una etapa de la gravedad de la adolescencia… eso lo dejó ella hace mucho tiempo atrás.

Ya no se trataba de escribirle, ni de hablarle, no era besarle, no era mirarle a los ojos, mucho menos tocarle… era tenerlo, de eso se trataba… de tenerlo sin ser de ella.

¿Amigos? ¿Qué eran? ¿Qué podían ser? A qué se parecían? Esa es la gran pregunta, pero lo que si se, y lo que yo respondo, es que eran, podían ser, y parecían ser felices…

Puedo contar con semanas, los días pasaron viéndose, puedo contar con segundos lo que pasaron sin pelear, puedo contar con parpadeos lo que duraron en reconciliarse, pero es incontable, o al menos es desconocida la medida que incluya todo lo que estuvieron juntos, porque era cuando si, cuando no, cuando tal vez, y mientras construían la maravillosa utopía de creer en el “para siempre”, ese que se imaginaron cada vez que se agotaban las razones para no pensar el uno en el otro.

Esta historia, pudo ser de mentira o de verdad, pero fue… y aun no termina.

Amén.

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